miércoles, 19 de julio de 2017

De los sentimientos, la motivación y el comportamiento



Una de las tendencias más presentes en los últimos años en educación es a hacer que los niños y niñas de primaria se cuestionen e interroguen constantemente sobre sus sentimientos (la llamada 'educación emocional'): ¿Cómo te has sentido respecto a esta clase? ¿Y respecto a lo que te ha explicado este profesor? ¿Cómo te has sentido en esta actividad?

Es una tendencia que llama la atención. Por supuesto que es bueno tener en cuenta los sentimientos, pero de ahí a incluirlos constantemente en todas las actividades y hacer que después de cada sesión se valoren como se han sentido... No sé, no me parece muy útil. Sí que es útil, a nivel académico, el trabajo de la metacognición, el reflexionar sobre lo que han aprendido y cómo al final de la secuencia didáctica, pero el interrogarse constantemente sobre los sentimientos...

Los sentimientos son algo que no controlamos; vienen y se van. Es bueno aprender a convivir con ellos y a gestionarlos: enfado, alegría, tristeza... Pero, ¿es necesario preguntar a los alumnos el como se han sentido, por ejemplo, respecto a una clase? Por supuesto que es importante que el profesor conozca a sus alumnos y vea si están cansados, si están motivados o no por un tema; el saber ver si algún alumno lo está pasando mal (por algún problema familiar, con amigos...). Pero no le veo mucho sentido al continuo cuestionamiento en base a los sentimientos en las dinámicas escolares.

Creo que una de las cosas que pasa es que solemos confundir motivación con sentimientos, y pensamos que un chaval solo está motivado si se 'siente bien', si no tiene dificultades... Y no es así. La motivación no depende exclusivamente de los sentimientos, sino de motivos más profundos, y este es un aspecto que no podemos olvidar: el deseo de aprender y conocer (que depende precisamente del mismo conocimiento), el querer hacer las cosas bien...

Si pedimos, por ejemplo, a un alumno que valore una clase en un momento en que está enfadado, por ejemplo, porque se ha dejado el bocata, ¿qué contestará? Seguramente que está enfadado. ¿Es eso significativo respecto a la valoración de la clase que ha tenido? 

Lo mismo pasa con el comportamiento. Muchas de las dinámicas de gestión de conflictos se basan en esta interrogación sobre los sentimientos: ¿cómo te has sentido? ¿Por qué te sientes así? Este centrarse en los sentimientos dificulta a veces que nos fijemos en el hecho concreto que ha hecho el chaval, en lo que ha supuesto para el otro...

Creo que haciendo que los chavales se miren constantemente a sí mismos pensando sobre sus sentimientos, no les ayudamos. Como he dicho al principio, los sentimientos hay que tenerlos en cuenta, es bueno que aprendan a identificar qué les enfada, qué les preocupa... Pero el mirar constantemente hacia dentro no les ayudará. Porque además... ¿Qué sacamos de que reflexione sobre cómo se ha sentido? La educación es un acto personal, que se basa en la relación entre 2 personas, y precisamente hay que ayudarlos a salir de sí mismos, a relacionarse con los demás. 

Imaginaros que a un chico de 3º de primaria no le ha gustado una clase en la que han practicado la escritura de oraciones. ¿Es capaz él de ver que esa práctica que quizás le ha aburrido le servirá para desarrollar luego aprendizajes que sí que le gustarán? O imaginémonos una clase en la que han trabajado por grupos y está enfadado porque un compañero se ha metido con él: ¿será capaz de ver que el profesor ha hecho esa actividad por grupos buscando objetivos que quizás él no puede ver?

A algunos niños (y adultos) les cuesta mucho entender el cómo sus acciones afectan a los demás, y por eso hay reglas, para facilitar el buen comportamiento hasta que este se vuelve más un hábito que una elección. Es posible que si les pedimos a algunos que reflexiones constantemente sobre sus sentimientos, algunos se acaben autojustificando ('le pegué porque me hizo sentir triste o enfadado'). No es algo que promovería, pero bajo la idea de poner el niño en el centro, es algo que se acaba provocando en algunas escuelas.

Como ya he comentado, no estoy diciendo que los niños no tengan que pensar nunca en sus sentimientos; tiene su sentido en determinados momentos: una conversación personal cuando un alumno está enfadado y no se controla, o si está preocupado por algo y no es capaz de exteriorizarlo, pero quizás habría que reducir la frecuencia con la que esto se les pide para ayudarles a mirar hacia fuera.

¿Una posible solución? La que se apunta en el blog de 'The Quirky Teacher', en el que me he inspirado para este artículo: hacer que no se tengan que preocupar constantemente sobre si eligen mal o si se están sintiendo tristes o enfadados por alguna cosa y, por contra, tener reglas de conducta y de expectativas que provoquen que los niños acepten que su educación es buena para ellos, permitiendo que se centren en aprender y estar contentos. ¿Si se equivocan? Hacerles saber que han roto una norma y que han provocado que otros estén tristes, y que no deberían de hacerlo más. Los niños son mucho más sencillos de lo que nos pensamos.

¿Alguno lo ve de otra forma? El debate siempre se agradece.

Bibliografía:

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