jueves, 16 de junio de 2016

Tradición y progreso en educación (I): las grandes corrientes



Uno de los principales problemas con los cuales nos encontramos los maestros es que, continuamente, se nos coloca en la diatriba de elegir entre unas pretendidas prácticas 'tradicionales' y otras llamadas 'progresistas'. La simplificación deliberada hablando de la 'escuela del siglo XXI' y la 'escuela de la era industrial' (error en el que caen 'gurús' como Robinson o Gerver) es nuestro pan de cada día. 

Este 'maniqueísmo pedagógico' es uno de nuestros grandes problemas, ya que nos impide en muchas ocasiones valorar qué método, qué forma de hacer las cosas es más conveniente en cada situación en función de los alumnos, de la edad, de la situación económica, de los conocimientos con los que vienen... Prácticas 'tradicionales' contrastadas son con frecuencia desterradas simplemente porque no son 'p opulares' o 'modernas', mientras que prácticas 'progresistas' de probada ineficacia son replanteadas e introducidas una y otra vez a pesar de que no tienen efectos positivos.

En este sentido, me parece muy acertado el siguiente párrafo, de Eric Donald Hirsch, cuyos escritos me estoy leyendo durante estos días. En este caso, la cita es de una conferencia que realizó el 21 de abril de 1998 para 'Estudios públicos' (publicación chilena):

—A lo único que me opongo en la educación progresista es a que no funcione. Al comienzo de mi libro me identifico como pragmático, que corresponde a una buena tradición norteamericana. Como procuré explicar en mi conferencia, el problema de los métodos progresistas, en sus versiones más orientadas a los proyectos —como construir una máquina en lugar de aprender matemáticas de manera directa—, o en el enfoque de lenguaje total en la enseñanza de la lectura, es que son evidentemente ineficaces. Incluso una de las objeciones principales de Dewey a los métodos progresistas, en una época posterior de su vida, fue que no funcionaban, que no llegaban a todos los niños, lo que tiene una importancia particular si uno se interesa por el tema de la equidad. Ésa es la dificultad básica, no funcionan para todos los niños ni funcionan con mucha rapidez ni eficacia, cuando el tiempo es el elemento más importante en la escuela para los niños desfavorecidos.

La posición que plantea, del pragmatismo por lo que se refiere a los métodos, me parece muy acertada. Antes de implantar uno u otro enfoque, tenemos que valorar cada situación: las características de los alumnos (conocimientos previos, motivación...), la materia que se va a dar y su gnoseología y características internas (no es lo mismo enseñar matemáticas o una lengua que ciencias sociales). En los siguientes artículos, iré detallando algunas de las ideas y prácticas que propone, muchas basadas en la investigación y en la ciencia cognitiva.

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