jueves, 9 de agosto de 2018

La importancia de los primeros años (I): los hábitos



The Quirky Teacher está publicando una serie de artículos sobre la importancia de elementos básicos como los hábitos, el lenguaje, la atención... durante los primeros años, desde educación infantil a primaria pasando por el 'Reception year' (P-5). Una de las cosas sobre las que quizás deberíamos reflexionar más es sobre la importancia que tiene la educación que se recibe durante esos primeros años, especialmente en el caso de los niños y niñas que no tienen la suerte de poder tener en su hogar unas normas claras, una estructura, unos hábitos... Los que provienen de contextos socioculturales desfavorecidos a nivel cultural y socieconómico son los que más se pueden beneficiar de un ambiente ordenado, estructurado y claro que les sea ofrecido ya desde los primeros años. Hoy en día, incluso, podríamos extender la conveniencia de este tipo de ambiente a familias de clase media o alta que, por su estilo educativo, no ofrecen estas oportunidades a sus hijos.

En este sentido, como destaca Quirky Teacher, creo que deberíamos de prestar más atención a la formación de los hábitos básicos en la escuela durante los primeros años (aquí podéis consultar un artículo que profundiza más en esta cuestión). Los hábitos, las normas, las rutinas son totalmente necesarias en cualquier familia o comunidad: ayudan en el crecimiento personal, facilitan la convivencia, que se puedan organizar las cosas de forma eficiente... Aquí deberíamos de pararnos a pensar en el caso de los niños que vienen de contextos más desfavorecidos: ¿Tienen algún momento de paz durante el día? ¿En su contexto familiar se les asegura un mínimo orden en las comidas, en los hábitos de higiene, en las rutinas de despertarse y de irse a dormir? Porque los hábitos y rutinas son un elemento clave para el crecimiento personal.

Para poder crear buenos hábitos y rutinas, el primer paso es tener cierta fuerza de voluntad, que te permite empezar a vivirlos y mantenerlos en el tiempo, repitiendo lo mismo hasta que ya no tienes que pensar sobre ello. La curva de formación del hábito se basa en dos ideas básicas: la actividad que se repite y la recompensa al final. Para la mayoría de nosotros, esos dos puntos básicos suelen ser una señal, que llega un momento determinado del día (por ejemplo, el de irse a dormir y de lavarnos los dientes) y la recompensa de haber hecho algo o de haber contentado a alguien (en este caso, tener los dientes limpios). Muchos de nuestros buenos hábitos los desarrollamos cuando somos pequeños: el limpiarnos los dientes, el comer verdura una vez al día, el limpiarnos los zapatos, la ducha diaria, hacerse la cama... y tantos otros que podamos tener (y que variarán según la familia y contexto social). Nuestros padres no nos dieron opción, y estos hábitos nos dieron una fuerza de voluntad y una capacidad de concentración que nos ayudó en el desarrollo de otros hábitos y aprendizajes en la escuela, en la universidad y en nuestra vida personal.

¿Qué pasa entonces con aquellos alumnos de contextos más desfavorecidos? Pensemos en aquel alumno de 5 años que está constantemente cansado: nunca quiere leer o escribir, no le interesa nada relacionado con el aprendizaje, se porta mal... ¿Qué buenos hábitos tiene en su vida? Cuando se despierta posiblemente no tienen ninguna alarma, nadie le pide que siga una rutina para vestirse, desayunar, asearse... Se despierta tarde, en un contexto en el que todo son prisas; sus padres también van agobiados porque se tienen que ir y él acaba llegando tarde, porque no ha encontrado su bolsa, un zapato, etc. Posiblemente nadie le habrá enseñado a dejar la noche antes la ropa preparada para el día siguiente, a ponerse la alarma para despertarse con tiempo... ¿Cómo va a poder desarrollar una mínima fuerza de voluntad y de orden en el pensamiento si nunca se le han enseñado y esperado de él estas normas, rutinas... típicas?

Este alumno, ¿es capaz de pensar en el futuro, en historias, de tener curiosidad por la vida? ¿O solo vive el 'momento', pensando en lo más inmediato: en que tiene hambre, en cuándo podrá jugar al móvil...? Con la ausencia de fuerza de voluntad y de dirección y autoridad paternas, empieza a desarrollar malos hábitos: falta al respeto, no respeta las normas sociales en la escuela y en la calle, se acostumbra a no escuchar a los demás, hace lo mínimo para que le dejen jugar otra vez, no se concentra nunca más de 5 minutos seguidos, contesta de forma desafiante cuando se le pida algo que no quiere hacer... Llega un momento en que estos malos hábitos arraigan.

Si en esta situación lo que se recomienda a los padres es que le dejen tomar más decisiones para 'desarrollar su independencia', que negocien con él cuando tenga una rabieta en vez de reñirlo y castigarlo... no se ayuda a ese niño o niña, que sigue acostumbrando a que se haga siempre lo que él quiere. Y aquí llega el momento en que empieza el colegio.

En el parvulario, sigue sin tener fuerza de voluntad, y lo que hace es revolotear, evitando tanto física como mentalmente cualquier actividad que implique un poco de esfuerzo. Cuando los profesores de clase ven que no tiene el hábito de limpiarse las manos, ¿qué harán? Si parten de la creencia de que el niño ha de ser el que ha de dirigir sus aprendizajes, y de que hay que esperarse al que 'esté preparado', quizás no le dirán nada. ¿Y con el dar las gracias? ¿Y el sentarse bien? ¿Y el escuchar? Si no lo hace, ¿qué haremos? ¿Esperar a que quiera hacerlo libremente y poner esfuerzo? ¿O se lo haremos hacer?

Aquí llegamos al punto clave. Existen una serie de hábitos, rutinas... que tenemos que exigir a los alumnos, y que también debemos de ayudar a los padres a que los exijan si no lo hacen. El problema es que hoy en día hay cada vez más profesores que no ven el valor real que tienen los hábitos: el hacer una fila, el levantar la mano, el escuchar, el trabajar concentrado y en silencio... Los ven como algo que solo busca 'forzarlos', y como una 'pérdida de tiempo'. Afirman que tenemos que dejar a los alumnos ser ellos mismos, y esperar a que salga de ellos, dejándolos elegir, olvidando que el niño con más dificultades no elegirá habitualmente concentrarse y trabajar tanto como su compañero con más facilidad. Aquí olvidan que, para elegir bien de adultos, hay que empezar eligiendo poco durante los primeros años, viendo cómo lo hacen los padres por nosotros. Aquel niño que no ha tenido rutinas, hábitos, normas... de pequeño, de adulto no tendrá la base mínima para elegir bien.

2 comentarios:

Alejandro Ferrés dijo...

Excelente artículo. Me hizo recordar de un aforismo de Nicolás Gómez Dávila: «La idea del “libre desarrollo de la personalidad” parece admirable mientras no se tropieza con individuos cuya personalidad se desarrolló libremente».

Andrés Bello de Haro dijo...

Totalmente cierto, porque aquel cuya personalidad se desarrolla libremente sin ningún tipo de guía posiblemente acaba con una serie de malos hábitos que nadie le ha ayudado a corregir.