Durante estos día me he estado leyendo el nuevo libro de Gregorio Luri, 'La Imaginación Conservadora'. Es un libro profundo, que trata muchos y diversos temas de filosofía política, de historia... y que establece un diálogo muy interesante entre lo que es la modernidad y la tradición.
Su lectura me ha hecho pensar sobre la siguiente cuestión: ¿cómo me podría considerar por lo que se refiere al pensamiento educativo? ¿Conservador? ¿Progresista? Vamos a verlo... En mi caso, defiendo el valor del conocimiento y de la función transmisora de la escuela. Creo que esta ejerce una función fundamental como mediadora entre la primera educadora, que es la familia y la sociedad, y como institución que ayuda a los alumnos al descubrimiento del amplio corpus de conocimientos que conforma la tradición cultural.
El respeto que tengo por esta función de la escuela hace que también valore positivamente toda esa serie de tradiciones, prácticas... que a lo largo del tiempo han formado parte de la escuela. La organización del currículum en áreas de conocimiento, la distribución del alumnado por edades, la instrucción del maestro a todo un grupo como forma más eficaz de distribución de los recursos educativos, el valor que doy al libro.
¿Significa esto que sea alérgico al cambio? No. Estoy abierto al cambio siempre que sea tenga sentido y sea razonable. Lo que sí que pido es que parta de la práctica reflexiva, de la experiencia educativa y de la búsqueda de evidencias. Muchas de las prácticas tradicionales de la escuela han demostrado estar fundamentadas en la evidencia, mientras que otras no, pero hay que basarse en la evidencia de resultados para la toma de decisiones.
Lo que sí me rechina es cuando se habla de 'transformación educativa', 'cambio de paradigma'... ¿Por qué? Porque son planteamientos que suelen olvidar la importancia de las permanencias, de lo que se mantiene. No me gusta el innovacionismo que busca la novedad constante sin tener, como afirma Luri, la '... inteligencia para prever sus consecuencias' (p. 39 de La Imaginación Conservadora). ¿Hay que cambiar las cosas sin hacer el esfuerzo de pensar si el cambio será realmente bueno para los alumnos, para su aprendizaje? ¿Vamos a optar por algo que haya demostrado ya en el pasado que no ha funcionado? En este sentido, también 'me rechina' cuando se afirman cosas como: 'La neuroeducación afirma que...', 'El cerebro de los niños ha cambiado, ahora aprenden diferente', 'Tenemos que dejar la escuela y la clase tradicional'... porque son todas ellas afirmaciones que no parten del principio de realidad y de la evidencia de las permanencias en las personas. Los seres humanos seguimos aprendiendo igual que siempre, no es que haya cambiado algo de forma súbita con el paso del siglo XX al XXI en nuestra cognición.
Son planteamientos idealistas, que tienen un ideal a realizar como meta, pero que olvidan la realidad de la persona, de la escuela, de la sociedad... Puede parecer muy bonita la 'escuela del siglo XXI, abierta, en la que los niños deciden sus propios aprendizajes, se autoregulan, no hay aulas y el papel del maestro es de simple acompañante; en la que ya no hay asignaturas y el niño mismo decide cuándo trabajar'. Sí, pero es un planteamiento idealista que deja de lado el principio de realidad de cómo es la arquitectura cognitiva humana, del cómo aprendemos, de la realidad del conocimiento, de la persona...
En este sentido quizás me podría considerar conservador, pero abierto al progreso y a la mejora siempre que sea conveniente, adecuado y basado en evidencias. Creo que en el contexto actual de España es importante que cada vez haya más personas que, al menos en el ámbito educativo, defiendan esta forma de ver las cosas. Un pensamiento educativo conservador, que defienda las permanencias pero esté abierto a la mejora, huyendo tanto del reaccionario como del progresista que olvida lo permanente o el innovacionista. Especialmente hoy en día que parece que el devenir de la historia tenga que ser 'el cambio total hacia la escuela avanzada' que pregonan algunos grupos.
Pero tampoco me gustan las etiquetas, y lo que realmente me gustaría sería que existiera un debate educativo real, profundo... como el que empieza a haber en los países anglosajones. Llevamos ya varias leyes de educación tanto a nivel estatal como autonómico y el debate ha brillado por su ausencia. ¿Para cuándo un debate que vaya al fondo de los temas realmente importantes?
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